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ALPES 2019

20190603_064215Le Bolulou, Francia, 02/06/19. Día 1. 1178 Km.

Salí de Arroyo de la Miel esta mañana, sobre las 8. Atrevida se ha portado. Han sido 14 horas de viaje, pero quería pasar la frontera hoy mismo; aunque eso conllevara peajes y un atracón de moto. 14 horas de autopistas no merecen entretenerse mucho en describir el paisaje.

Estoy mejor de lo que cabría esperar. Si acaso, el culo algo dolorido, pero el resto, OK.

El hotel (La Garenne) es correcto; tengo a atrevida a la vista desde la habitación, y salida a una terraza para fumadores (se agradece). Aun no he probado la cama, y en cuanto a la cena, bueno, estoy en Francia, y son casi las 10 de la noche. Me temo que toca ayunar.

He revisado la información del tráfico, y los mejores puertos de montaña de Suiza siguen cerrados, así que he pensado invertir el sentido de la ruta, y empezar por los italianos. Así que mañana rumbo a Como; 870 Km. y más peajes. Pero prefiero evitar las incontables rotondas de las nacionales francesas, y llegar a las curvas cuanto antes.

Bonne nuit!

Como, Italia, 03/06/19. Día 2. 867 Km.

La noche en Le Boulou fue tranquila: buena cama y sin ruidos. Pero he tenido que salir sin desayunar, porque, aunque en teoría la cafetería abre a las 7, a las 7:20 no había rastro de vida inteligente. Afortunadamente, un café y un “pain au chocolat” de gasolinera me han devuelto a la vida.

“Y otra vez en la autopista, como un lobo solitario”, que cantaba La frontera. Otro día de peajes, calor y rectas interminables; sobre todo entre Turín y Milán, donde los límites de velocidad pasan a ser “sugerencias”, y no muy aceptadas, por cierto.

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Cambio radical de tiempo (con chaparrón incluido)al cambiar de país. Entras en el túnel de Frejús a 28 º, y sales, 13 Km después, bajo la lluvia. Por suerte, al bajar hacia Turín vuelve el calor, que me acompaña hasta Como, por la llanura Padana; habitación compartida en el “Ostello Bello”, lleno de mochileros de todas partes; buen ambiente. Pude cenar en una pizzería napolitana, recomendada por la chica de recepción, después de una ducha y la cerveza de bienvenida (gratis), y volver a por otra… Menos mal que mañana es día de descanso.

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Buona notte!

P.D.: En el hostel hay un grupo de “señoras” españolas que me hacen sentir un poco menos el padre de esta panda de milenials.

Como, Italia,04/06/19, día 3, 0 Km.

Hoy toca descanso para Atrevida y para mi; sólo un paseo a pie por Como, para ver su Duomo. Me acerco por la Vía Piero Gobetti, y una torre cuadrada, maciza, con estrechas troneras, tejado de madera y reloj, llama mi atención. Pero es un adelanto, y cuando salgo a la Piazza del Duomo me topo con una maravillosa mezcla de gótico y renacimiento con fachada de mármol. La entrada es gratis (aunque sugieren un donativo de 1 €), así que pongo el móvil en silencio, me quito la gorra, y entro a admirar la vidrieras, el rosetón , la cúpula…20190604_094841

De vuelta al hostel debo decir que anoche dormí bastante bien. No me molestó el ruído, aunque sí pasé un poco de calor.

La tarde transcurre tranquila: hacer la colada, descubrir el jardín secreto, planificar la uta de mañana, poco más. La previsión del tiempo es de probabilidad de lluvia por la tarde. Veremos…

Buona notte!

Prato allo Stelvio, Italia, 05/06/19, día 4, 368 Km.

Día caótico. Salgo de Como con intención de subir la Maloja, el Mortirolo, y el Stelvio. El tráfico alrededor del lago Como es un poco coñazo, pero me regala unas vistas preciosas de todos los pueblos que lo rodean: casas señoriales, pequeños embarcaderos, iglesias góticas…20190605_085948.jpg

Me separo del lago en Ponte del passo, y pocos km. Después entro en Suiza (por primera vez en el día). Llego al puerto de la Maloja, el primero de una larga lista, con una sensación de “ahora sí. Esto es a lo que hemos venido”. El paisaje alpino me acompañará hasta el final (o casi). Pequeña parada en la Maloja, y sigo dirección Saknt Moritz. El azul del cielo se confunde con el de los lagos alpinos que voy dejando a mi derecha hasta llegar a Sankt Moritz. La silueta del imponente “Grand Hotel des Bains” se recorta contra un cielo limpio, con el que contrasta el blanco de picos cuyo nombre desconozco.

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No me entretengo en la ciudad. Sigo en dirección a Italia de nuevo, con la intención de subir el Mortirolo. A mitad de camino, una agradable sorpresa: Passo del Bernina, a 2.330 m. la nieve lo cubre todo, menos la carretera, y el “lago bianco” hace honor a su nombre.20190605_161749.jpg

Consigo cerrar la boca y salir de Suiza para volver a Italia. Ahora a por el Mortirolo y sus 26 “tornanti”. Después del Bernina no me parece nada del otro mundo. Eso sí, para un aficionado al ciclismo debe ser emocionante ver el monumento a Pantani, en la tornante 11.

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Sigo dirección el Stelvio, pero ¡Ah!, destino esquivo, e chiusso, porca miseria! (juntar las manos y agitarlas enérgicamente mientras se lee esto). Así que vuelta por el mismo camino hasta Prato allo Stelvio, donde he reservado en la Pensión Astoria, donde el dueño me confirma que mañana se abrirá la vertiente suiza del Stelvio, veremos…

la habitación muy bien: cama grande, baño privado, y una terraza con vistas. ¿Qúe más podría pedir?

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Buona notte!

Prato allo Stelvio, Italia, 06/06/19, día 5, 80 Km.

Al final he decidido quedarme aquí una noche más. El pueblo es pequeño y bonito, como casi todos por aquí. Anoche dormí bien, y he pensado hacer un día suave e intentar el Stelvio.

Después de desayunar, sin prisas, y con el equipaje imprescindible (la ropa de agua me va a hacer falta, sí o sí), salí dirección Solda, una pequeña estación de esquí, cerca del Stelvio. Después subí el tramo italiano, hasta donde está abierto: buena carretera, muchos alemanes, algunos chinos con BMW de alquiler, y unas vistas impresionantes de las montañas. Visita al pueblo de Stelvio, pequeño y encaramado a una ladera, y a Suiza (otra vez), para subir desde su vertiente.

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2 metros de nieve acumulada durante el invierno forman un pasillo a los lados de la carretera. Arriba, más motos, más alemanes, ciclistas, puestos de souvenirs, y algún café. Y los italianos limpiando su carretera. Tenía pensado bajar hacia el passo Gavia, en Bormio, pero la bajada, ya en Italia, está cerrada todavía. No queda más remedio que desandar el camino (una vez más), bajar por el lado suizo, admirando los numerosos torrentes de deshielo que alimentan el río Muranzina. Vuelta a la pensión, ducha, relax y a por una Pizza para cenar.

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Mañana quiero salir hacia Andermatt (otra vez a Suiza), para intentar la famosa ruta del 9, llamada así por la forma que tiene la linea que une los puertos de Nuefenen, San Gotardo, Susten y Furka. Aunque según la página web de tráfico de Suiza siguen todos cerrados. A ver que se puede hacer.

Buona notte!

Santk Anton am Alberg, Austria, 07/06/19, día 6, 335 Km.

Finalmente decidí poner rumbo este, para subir el Penser Josch, entre Italia y Austria, y después acampara temprano en Insbruck, para visitarla por la tarde, y concederle un día más a los Suizos, para que abran la ruta del 9.

Comienzo rodando por el Tirol italiano, entre interminables plantaciones de Manzanos, hasta llagar a Bolzano, donde comienzo a remontar el cauce del rio Talvera. Hace calor. Los manzanos y viñedos van dejando paso a praderas y bosques de coníferas, el aire se vuelve más frío, sin llegar a molestar, y el cielo sigue limpio. Paro a tomar un par de fotos y fumar un cigarro en un un amplio arcén, a media subida del puerto. Dos veteranos, uno alemán y otro austriaco, paran junto a mí: saludos con la cabeza, sonrisas y miradas de desaprobación para las racing de colores vivos, que suben como si no hubiera un mañana, apurando las velocidades en las rectas, y las frenadas al entrar en las curvas. Después de intercambiar algunas palabras, y elogios para nuestras monturas, nos despedimos haciendo la V. Nos volveremos a encontrar arriba, sobrecogidos por la belleza del Passo Pennes, como se llama en italiano. Fotos, cigarro, y hacia Austria.

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Un cartel llama mi atención a las afueras de Vipiteno, aun en Italia: “Passo Giovo, aperto”. Queda cerca, y hay ganas. Precioso también, aunque toca volver hacia Vipiteno; la carretera que lleva desde allí a San Leonardo In Passiria, y después quien sabe donde, siempre que sea hacia el oeste, está cerrada.

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Entrar en Austria es penoso; vuelve el calor, y hay mucho tráfico, de entrada y salida de Insbruck. Además, puede que los austriacos hablen en alemán, pero conducen en Italiano, al menos los tiroleses. Decido que no merece la pena; quizá en otro momento, y llegando en tren o avión. Circunvalo (con muchísimo tráfico) Insbruck, y continuo hacia el oeste, hacia suiza una vez más.

Rectas aburridas, viento, y calor, mucho calor, siguiendo el valle del río Eno, cuyas aguas turbulentas me hacen recordar aquellas otras tan quietas de los lagos alpinos. Tras una parada para tomar algo fresco, en el “Oilers 69”, un curioso café al estilo USA, en la “Tiroler Strase”, decido que Andermatt está aun demasiado lejos, y hace demasiado calor. Busco en Google maps alojamiento más cerca, y reservo en la pensión “Das Elisabeth”, en una pequeña ciudad llamada Santk Anton am Alberg.

La ciudad está casi desierta; estamos en temporada media, me dice mi casera (supongo que será Elisabeth). Pequeña y bonita. Llena de pensiones, hoteles y restaurantes cerrados, se encuentra en un punto más estrecho y más alto en el valle; lo que hace que la temperatura y los paisajes sean de nuevo alpinos y relajantes.

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Mi habitación es acogedora, y estoy roto del día de hoy, y harto de los austriacos y sus malos modos al volante, porqué no decirlo. Mañana será otro día.

Gute nacht!

Andermatt, Suiza, 08/06/19, día 7, 08/06/19, 204 Km.

Anoche dormí como un señor. Después de una ducha, bajé a buscar algo abierto para cenar, y no sólo encontré sitio para cenar, sino que mi olfato me llevó después al “Pub 37”, donde me tomé una pinta de Guinness.

Nuevo día, afrontado con nuevas energías, y con un muy buen desayuno en el comedor de la pensión. Salgo, hoy sí, hacia Andermatt, entre cumbres nevadas y torrentes de deshielo, por carreteras serpenteantes.

Paro, una vez entrado de nuevo en Suiza (creo que en Disentis), a sacar algunos francos de un cajero, y tomar un café. He cruzado parte de Liechtestein sin darme casi cuenta, a no ser por las matrículas de los coches. Al igual que Suiza, no está en La UE, pero debe haberse acogido al tratado Schengen, porque nadie me para en la frontera, para pedir “die papiere”. Sea como sea, llego por fin al “Oberalp pass”: Moteros, ciclistas, cafeterías, nieve… y abajo, en el valle, mi destino: la ciudad de Andermatt.

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Me instalo en el camping “Gotthard”, muy espartano, pero con ducha y lavadora. Como la recepción está cerrada hasta las 16:30 h, aprovecho para reconocer el lugar: Pequeño, encantador y muy turístico; con bastante más vida que Santk Anton, o Prato allo Stelvio. Como todos los pueblo alpinos, su Sky line está dominado por la cúpula esférica que remata la torre de la iglesia como una cebolla de color verde esmeralda.

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De vuelta al camping oigo ¿música?. Alguien está tocando un cuerno alpino, desde una pequeña plataforma en la ladera de las montañas que rodean el pueblo: Mágico.

Después del check in toca ducha y colada, un café junto a la tienda, mientras se lava la ropa, y a cenar temprano (estamos en Suiza) Mientras como en el “Spycher”, un bar con música, suena “Born to be wild”; ¿coincidencia?. “Bite, ein grose bier”.

Mañana hay previsión de lluvia; ahora tenemos 13 º, y el cielo está parcialmente cubierto. Furka, Nuefenen y Susten siguen cerrados. Por suerte, San Gotardo ya está abierto. Mientras apuro la última cerveza suena en el Spycher “Riders in the storm”, ya veremos…

Gute nacht!

Andermatt, Suiza, 09/06/19, día 8, 85 Km.

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Anoche me costó conciliar el sueño. No es que estuviese incómodo en la tienda, no sé. El caso es que me levanté bien temprano, recogí la colada, me preparé un café con vistas a las montañas, y a las 08:30 h. ya estaba en San Gotardo. Mucha nieve de nuevo, frío, y algo de lluvia. Después de las fotos de rigor, y de admirar el paisaje, bellísimo una vez más, desayuno en la cafetería del “Museo Nazionale del San Gotardo”, donde me cobran en Euros y me hablan en italiano, aunque creo que sigo en Suiza, la frontera está algo mas hacia el sur.

Me entretengo mirando el monumento a los mineros que cavaron el túnel que hoy hace posible cruzar el paso en invierno, el “lago della Piazza”, aun helado, y las explicaciones sobre el importante pasado militar del paso.

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Bajo hacia Airolo, ya sí en Italia, para intentar el “Nuefenen”. Empieza a llover, y ya no parará en todo el día. Llego hasta “Alpe di Manió”, detrás de un todo terreno que abre la barrera que da acceso al puerto, y nos hace señas a un alemán y a mí, de que no se puede pasar. Bueno, era de esperar. Vuelta a Airolo, San Gotardo (donde paro a tomar otro café), y Andermatt, para intentar ahora el Susten.

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La bajada desde Andermatt hacia Göschenen, en la carretera hacia el susten, es espectacular: buen asfalto, tornanti, túneles, agua, y formaciones rocosas dignas de foto. Pero al llegar a “sustenbrüggli”, un pequeño restaurante con mirador, y una vieja moto colocada sobre un pedestal como reclamo, barrera. También está cortado el acceso a Interlaken, ciudad de la que he leído maravillas, y que tendrá que esperar; igual que las cataratas de Reichembach, por las que se precipitaron Holmes y el Dr. Moriarti en “El problema final”. Podría arriesgar por la autopista, pero me he propuesto no pagar viñeta, y con la policía suiza no se juega.

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De vuelta en Andermatt, almuerzo y siesta, con el sonido de la lluvia sobre el techo de la tienda. Mañana salgo hacia Chamonix. Espero al menos no tener que guardar la tienda mojada.

Gute nacht!

Chamonix, Francia, 10/06/19, día 9, 205 Km.

Anoche hubo tormenta, y de la buena. La tienda se portó, aunque el viento hizo que una de las paredes tocara el doble techo, y entró un poco de agua. Eso sí, esta mañana ha tocado recogerlo todo chorreando, y guardarlo así.

Salgo hacia chamonix sobre las 8, y como el puerto de Furka está cerrado, toca excursión en tren: subes la moto, cruzas bajo la montaña, y bajas del tren al otro lado, después de unos 20 minutos, por 20 francos suizos.

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El puerto de La Forclaz, cerca ya de la frontera, es precioso; no hay nieve, y es boscoso. Un paisaje de ensueño. Lástima de niebla y lluvia.

Llego a Chamonix sobre las 7 PM; Hotel Fleur des neiges. Tengo en recepción un sobre con instrucciones, pero el chek in es hasta las 5; así que me acerco a la ciudad a dar un paseo y comer algo, después de dejar los bultos en la habitación compartida.

Chamonix. Meca del alpinismo, de los deportes de invierno, y del postureo. Tiendas de todas las marcas de deportes de montaña y lujo. Pero es bonita, la jodía.

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De vuelta en la habitación, no es muy allá, pero está seca, y puedo ducharme y airear un poco las cosas. Por suerte hay un secatoallas eléctrico en el baño, y la tienda se está secando.

Acabo de terminar un paquete de cacahuetes que compré el día 2, en un área de servicio en el sur de Francia. El circulo de la vida se ha cerrado.

Después de una ducha, secar la tienda, y hacer una colada, me vuelvo al centro. Cena en la “Micro-Brasserie de Chamonix”; hambuerguesa vegetariana y cerveza artesana (muy buena), mientras veo la retransmisión de los mundiales de escalada de Munich. Muy buen ambiente, y muy buena cena.

Ha sido un día muy húmedo, y mañana tengo tiempo para descubrir Chamonix, así que

Bonne nuit!

Chamonix, Francia, 11/06/19, día 10, 0 Km.

Tantos km en moto, y al final es un mal colchón el que me produce dolor de espalda. Afortunadamente se va pasando después de estirar un poco.

Sigue lloviendo. El Mont Blanc sigue oculto por las nubes, aunque a veces asoma tímidamente, mientras camino hacia el centro por un bosque – parque que discurre entre la carretera y el río Arve. Paso junto al centro escolar Anapurna; una especie de residencia de estudiantes (supongo), junto a la escuela nacional de esquí y alpinismo. 4 torres exagonales de hormigón, con menos gracia que una carta de Hacienda. Un verdadero parche en el paisaje urbano de Chamonix.

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Como sigue cubierto el cielo, paso del “Aiguilie du Midi”. No merece la pena subir en teleférico a un mirador para ver nubes. Así que opto por el tren cremallera que lleva al “Mer de Glace”: el glaciar de Bossons, que nace en el Mont Blanc. En el glaciar se excavó una cueva visitable: Espectacular. Aunque da pena ver, a través de las marcas anuales del nivel del hielo, como ha ido retrocediendo el glaciar.

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Bajo a comer al centro, sigue lloviendo. Vuelvo al hotel por el bosque y descanso un rato, para luego volver a cenar a la Micro – Brasserie.

Mañana salgo hacia Génova, donde pienso embarcar de vuelta a casa. Como un veterano de los tercios de Flandes, casi ná…

Bonne nuit!

Génova, Italia, 12/06/19, día 11, 300 Km.

Ahora que me voy, mejora el tiempo. Hago una parada para ver las “Cascades du Dard”, antes de adentrarme en el túnel del Mont Blanc: 30 € del ala, pero se ahorra bastante tiempo.

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Al salir del túnel estoy de nuevo en Italia, y el tiempo cambia radicalmente; las nubes quedan en el lado francés, y bajo hacia el mediterráneo por valles soleados, hasta que al salir de un túnel: Ecco!, el Mare Nostrum.

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Llego a Génova hacia las 2, y tras perderme con el GPS, encuentro el Hotel “Bernhorf”: antiguo, pero limpio y acogedor. Muy bien situado.

Después de una ducha y un rato de relax, salgo a recorrer la ciudad. Si Roma es la ciudad de las plazas, Génova lo es de las callejuelas, estrechas, y siempre en cuesta.

Me gusta el encanto decadente de la ciudad: desordenada, sucios de hollín los edificios neoclásicos, viva…

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Ceno junto al hotel: Palladini al pesto, plato típico de Liguria: pasta en forma de hojas finas, como pañuelos.

Hay también un club de jazz junto al hotel, pero no termino de verlo abierto, así que otra vez será.

Buona totte!

A borde dol “EXCELENT”, 42º58´31´´ N. 6º36´40´´ E, velocidad: 21 nudos, mar en calma, 13/06/19, día 12 0Km.

Esta mañana, después de varias vueltas, llegué temprano al puerto, para hacer el Check in. He dormido bien; el colchón un poco blando, pero por lo demás, el hotel es recomendable.

Ya en la cola de embarque he conocido a Eduardo, un aventurero Esloveno que va hacia Marruecos, sólo, y con una Kawa KLE 500. Hemos estado hablando en inglés, porque no él habla español, ni yo esloveno, de nuestros viajes, y echándonos un cable el uno al otro con el tedioso papeleo aduanero.

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El barco no está mal. No es el “Princesa del Pacífico, pero tiene cafetería, restaurante y pasillos para perderse, de sobra…

Como era de esperar en esta época de año, el 90% del pasaje son familias marroquíes. El resto: algún otro motero, y un viaje de estudios que vuelve a Barcelona.

El camarote es cómodo, tiene cuatro literas, pero en el mío sólo estamos dos marroquíes de mediana edad y yo. Uno de ellos habla español, y hemos cruzado algunas palabras. De momento, la cama es cómoda, y tenemos baño y ojo de buey. Aunque creo recordar que reservé camarote interior. ¡Shhhhhh!.

Delfines por la aleta de estribor a las 18:40 h. Ha sido una visión fugaz, pero clara. No me ha dado tiempo a hacer fotos. Dicen los hombres de mar que son un buen augurio. Eso espero.

La señal de internet va y viene. Supongo que dependerá de la distancia a la costa, y los repetidores. Sea como sea, he podido recibir y contestar felicitaciones por watssap.

Creo que voy a probar suerte en el restaurante para cenar.

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Buona notte! (estamos en aguas internacionales, pero el Excelent tiene bandera Italiana.)

A bordo del “EXCELENT”, 41º19´60´´ N 2º12´60´´E, velocidad 21,5 Nudos, mar rizada, 14/06/19, día 13, 0 Km.

He pasado buena noche. La litera es cómoda, y mis compañeros silenciosos. Eso sí, el A/A está fuerte como el vinagre, pero he aprendido un truco: bajando la litera superior, el aire no cae directamente sobre mi litera.

Me despertó sobre las 8 una fuerte vibración, y uno de mis compañeros, al verme abrir los ojos, me saludó sonriente: “Buon Giorno!, Spagna, Barcelona”, me dijo señalando el ojo de buey. (si tú supieras…). Acabábamos de arribar a Barcelona.

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Café y cigarro en la cubierta de intemperie, observando el trajín de embarque y desembarque. Eduardo, mi nuevo amigo esloveno, aprovecha para bajar al garaje, en busca de los papeles de la moto, para pasar el trámite aduanero con la policía marroquí, en el Salón Atlántico. Yo lo hice ayer tarde, cuando escuche el anuncio por megafonía.

Zarpamos de Barcelona sobre las 10:30 h. con mar rizada. Sentado en la cubierta de intemperie observo a una pareja de mochileros. Ella tiene más mala cara que Marco el día de la madre, y un joven marroquí se les acerca para ofrecerle una silla. El chico niega por señas, y hace el gesto de vomitar. Ella apura un café y se tumba en el banco de popa, usando la mochila como almohada, mientras él la consuela. Después de dudar unos momentos, me acerco y les sugiero que quizá en una cubierta inferior (estamos en la 7ª) sientan menos el movimiento del mar. Me dan las gracias, y unos minutos después los veo dirigirse a las escaleras. Ahora entiendo porqué los pasajes más baratos, las butacas, están en la 8ª cubierta, la última. Aquí funciona al revés que en tierra. No, amigo, cuando al mar se le hinchan las narices el “ático” no es un lujo. P.D.: Díos me libre de reírme el mal ajeno, y me permita llegar a la banda, para vomitar a sotavento, si llegara el caso.

En algún lugar ya es medio día, y el bar está abierto, así que, si me disculpan…

11:45 h. delfines por la aleta de babor. De nuevo una visión fugaz, sin tiempo para fotos. De nuevo espero que sean un buen augurio. El estado del mar no ha cambiado, pero a medida que avanzamos hacia el SE las nubes son cada vez más negras.

19:20 h. La mar riza es ahora una marejadilla, y el fuerte viento hace difícil moverse por la cubierta de intemperie. Se divisa tierra a estribor, podría ser el Cabo de la Nao. La falta de previsión (no he traído nada de leer) hace que esta parte del relato sea más extensa; demasiado tiempo y demasiado poco que hacer.

Después de cenar, he descubierto que, por alguna extraña razón que desconozco, pero agradezco profundamente, las cubiertas de botes son el único lugar del barco que los niños aún no han colonizado. Se han convertido en mi refugio de fumador solitario.

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Buona notte!

Puerto de Tánger, a bordo del “MAROC STAR”, mar rizada,15/06/19, día 14, 113 Km.

Sigue soplando el poniente, por fortuna, no quisiera tener que cruzar el estrecho un día de buena levantera.

Llegamos a Tánger antes de lo previsto. Caos en el desembarco; todos quieren ser el primero en bajar. Me despido de Eduardo, y le deseo suerte en su aventura por Marruecos. Ahora toca salir del puerto, hacer una rotonda, y volver a entrar en busca del ferry a Algeciras.

Tras varios controles, con las sucesivas caras de sorpresa de los policías marroquíes, y las consiguientes explicaciones por mi parte, al ver que acabo de entrar en el país, y ya me voy, llego a la zona de compra de billetes, y peco de ingenuo: mientras miro la pantalla con los horarios, y las compañías, se me acerca un “amable y desinteresado” tipo que me insta a seguirle rápidamente, para sacar billete en el próximo ferry.

Estoy cansado, hace calor, y saberme tan cerca de casa me hace bajar la guardia. Además, he agotado los datos, y no puedo sacarlo online. Resultado: 90 pavos, en la compañía más cara: “AFRICA MOROCCO LINK”. Tomad nota, futuros viajeros…

Así que son las 14:12 h., y estoy en un ferry que debería haber zarpado a las 13:30, y que ahora parece haber encendido los motores.

El sablazo del ferry me ha dejado con muy poco efectivo, y a bordo no admiten tarjetas. Así que me conformo con una cocacola.

Llegamos a Algeciras sobre las 17 h, hora española. Calor andaluz. La posibilidad de recoger hoy mismo a Louise (mi pastora belga) de la residencia me hace emprender camino a Ronda, sin entretenerme más que lo necesario. Aprovecho la subida para hacer balance del viaje:

Para empezar, quizá una o dos semanas más tarde hubiesen estado abiertos todos los puertos que no he podido cruzar. Habrá que tenerlo en cuenta. Italia tiene la gasolina más cara, pero a cambio, también tiene el mejor café. En cuanto a las carreteras: Suiza, con diferencia. Pero los precios suizos están a la altura de sus carreteras. Volver en ferry resultó ser muy buena idea; de hecho, en un próximo viaje, quizá haga en ferry también la ida.

Han sido casi 4.000 Km: autopistas, carreteras de montaña, calor, nieve, lluvia… casi 4.000 Km. Que recorrería de nuevo, sin pensarlo un instante.

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Ahora sí, y desde el Campamento Base, en Ronda. ¡Buenas noches!


			

Meu bravo marinheiro

La taberna olía a vino rancio, a pescado frito, a fracaso…

La mujer no era joven, aunque conservaba cierto atractivo, y tenía una voz profunda y cálida, y los ojos negros como el mar en una noche de invierno. Casi tan negros como aquellos otros, hacía miles de años.

«Meu bravo marinheiro». Era lo que solía decirle mientras jugueteaba con el bello de su pecho. Y a él le volvía loco. 

Cerró los ojos intentando recordar cada detalle: El sonido de su risa, el olor de su piel, el sabor de sus labios, aquellos ojos inmensos…

– Capitán- La voz lo sacó de su ensoñación, y abrió los ojos para encontrarse con su primer oficial de pie junto a la mesa que ocupaba en el rincón más oscuro del tugurio más oscuro del puerto. Un chico cabal, muy competente, con buena madera. Se lo quedó mirando un instante, y por un momento se vió a si mismo siglos atrás. – Capitán, la marea…- insistió el muchacho.

Asintió despacio y se levantó. Sacó unas monedas del bolsillo y las puso sobre la mesa, junto a la botella vacía, mientras echaba un último vistazo a la mujer, que apoyaba una mano sobre el hombro del guitarrista que la acompañaba en su lamento.

– Vamos – Dijo mientras palmeaba la espalda del joven. – La marea no espera por nadie. – » Meu bravo marinhero»…


Ronda, 23 de abril de 2017 

Antonio Moreno Torrres. 

Paco 

Paco (así le llamaremos) está de paso en la ciudad. Acaba de salir de prisión, y se dirige a Sevilla, donde tiene muchos amigos en «las 3000».

    Todo esto, y algunas cosas más, me las cuenta mientras me estudia, desafiante, en la puerta del último bar del que hemos tenido que invitarle a salir, mientras se apretaba el enésimo wishkey de la mañana. Por que aún no es medio día, y Paco ya está borracho. No del todo, quizá sólo lo suficiente como para acallar un poco el ruido. 

    Paco tiene 49 años, según su DNI, pelo rapado  (para disimular la calvicie), piel curtida y constitución fuerte  (restos de su pasado militar), vientre hinchado, seguramente por el alcohol, y dentadura aceptable (eso al menos parece descartar la heroína), que muestra en una sonrisa que pretende ser peligrosa. Y como os decía me estudia (nos estudia) detenidamente. Calcula, supongo, distancias, oportunidades, resultados. . .  En su mundo, el lenguaje no verbal es fundamental; y supongo que en el mío también. Por eso le mantengo la mirada mientras cruzo los brazos sobre el pecho, y me pregunto cuantos cabezazos habrá dado esa frente brillante por el sudor. 

    De momento la cosa no es grave: Fanfarronadas, algún piropo de dudoso gusto, provocaciones; el pack completo. Nadie lo suficientemente ofendido como para presentar denuncia, así que sólo se trata de hacerle entender que no se puede ir así por la vida, y recordarle dónde puede tomar el autobús a Sevilla. Pero Paco no es un hombre razonable. Lo sé por que le conozco.  No lo he visto en mi vida, pero he conocido a muchos Pacos; perros ladradores.

    Hace calor, y la luna está llena, y yo también soy humano, y mi paciencia es finita, y Paco parece no tener prisa por llegar a Sevilla; más bien se diría que está pidiendo a gritos que lo detengan. Y, de repente: eso es. 

    Si le preguntárais, seguramente Paco os diría que no vuelve al talego ni loco, que ya ha cumplido, que ama su libertad por encima de todo. Y no os estaría engañando. Pero en el rincón más profundo de su mente es eso precisamente lo que quiere. Detrás de toda esa arrogancia se esconde un miedo atroz a esa libertad tan ansiada. 

    Y es que, en prisión, él es «Paco el legía». Tiene un nombre, un estatus, normas, amigos y enemigos. En prisión todo está claro, y las decisiones son sencillas. Sin embargo en el mundo real. . . 

    Y me doy cuenta de que Paco no es tan distinto de mí, de mi compañero, de ti. Todos tenemos nuestro particular «talego»; nuestra zona de confort, donde sabemos quienes somos. Y no es fácil salir de ella, saltar sin red, vivir.  

    Así que saco paciencia de donde queda poca, mantengo la cara de perro, y finalmente le veo alejarse hacia la estación de autobuses, altivo, sacando pecho.  Ha puesto en su sitio a los «munipas» que querían vacilarle. 

    Desconozco si a estas horas Paco estará en Sevilla, o durmiendo la mona en algún calabozo, lamentándose de lo perra que es la vida. Pero, lo creáis o no, le deseo toda la suerte del mundo. Porque, aquí fuera, va a necesitarla; suerte, y sobre todo coraje. Él, tú, yo. 

    Ronda, 12 de abril de 2017

    Antonio Moreno Torrres. 

    EL CAZADOR Y LA BESTIA

    Yo era un niño aún, el día que el cazador llegó a la aldea.

    Montaba un imponente semental castaño, y se protegía de la lluvia, que embarraba desde hacía días las calles, con una capa encerada, que adornaba con pieles de lobo. Prendidas en la silla llevaba dos pistolas y una carabina, y la gente murmuraba que las balas que usaba, al igual que el machete cuyo mango de hueso asomaba de su costado, estaban hechas de plata pura.

    Yo era un niño, como digo, así que junto a los demás niños de la aldea miraba absorto a aquel hombre de largo pelo negro, barba erizada, y mirada heladora, que mantenía a su caballo al paso, deliberadamente lento, para impaciencia del alguacil, que le precedía en su viejo penco tordo, con mohín de fastidio, y entornando los ojos para protegerlos de la lluvia.

    Por fin, y tras su solemne entrada en nuestra pequeña y mísera aldea, ambos llegaron al ayuntamiento, bajo cuyo soportal, y acompañado por el cura, le esperaba nuestro alcalde; engalanado con su ropa más nueva y la más falsa y servil de sus sonrisas.

    Los recién llegados se apearon de sus monturas, de las que se hicieron cargo dos mozos de la aldea, y tras unas breves palabras del alguacil y sendas inclinaciones de cabeza, el cazador tendió al alcalde un sobre lacrado, con un sello que yo aún desconocía, y los cuatro entraron en el ayuntamiento.

    Un rato más tarde, con un tibio sol de invierno asomando entre las nubes, los hombre de la aldea se dirigieron en silencio a la iglesia, mientras las campanas seguían tocando a reunión. Padre descolgó su capote sin decir palabra, y se unió al resto; y yo, como el resto de los niños, desoyendo las protestas de madre, me escabullí hasta la iglesia, para espiar lo que ocurría dentro, a través de las rendijas de las contraventanas.

    La situación era insostenible, decía el alguacil. La bestia, no sólo había dado caza a dos ciervos en el bosque real, si no que, además, y en una clara muestra de su infinita maldad, había matado y descuartizado al guardabosques. Era por ello que, para atajar el peligro que la bestia representaba, y para proteger la paz del reino, su majestad había tenido a bien encomendar al cazador acabar con tan infame engendro de satanás. Para ello, era orden expresa de su majestad que todo varón mayor de 15 años, y no aquejado de enfermedad o deformación, se pusiese bajo las ordenes del cazador, para ayudarle en su real encargo.

    Mientras el alguacil leía torpemente la misiva real, el alcalde cambiaba el peso de su orondo cuerpo de un pie al otro, el cura sonreía complacido, y el cazador, con gesto impasible, paseaba su ojos glaucos por la iglesia, estudiando los rostros asustados de los hombres de la aldea, que bajaban la vista al encontrarse con la mirada del cazador.

    La muerte del guardabosques era, de lejos, el incidente más notable que había ocurrido en la aldea en años, y desde entonces los vecinos, hasta ese día amistosos y alegres en sus penurias, se habían vuelto recelosos, y a los niños se les había prohibido salir de la aldea después del anochecer, sobre todo en los plenilunios.

    Aquella noche padre apuró en silencio la sopa de cebolla que madre había preparado, volvió a descolgar el capote, y esta vez también su vieja escopeta, y se quedó plantado en mitad de la habitación, mirándome de una manera extraña. Madre comenzó a sollozar, y padre tomó su cara entre las manos, y la besó con una ternura que jamás había mostrado, al menos en mi presencia. Luego le susurró algo al oído, y madre asintió, conteniendo el llanto. después se plantó frente a mí, me alborotó el pelo, y esbozó una sonrisa. suspiró y salió de casa sin mirar atrás. A través de la ventana cerrada llegaba el resplandor de antorchas y faroles, murmullos apagados, ladridos de perros. . .

    Madre, aún llorando, me cogió por los hombros, y me llevó al sótano que padre, después de la muerte del guardabosques, había cavado en secreto bajo la cocina, y en el que pasaba desde entonces algunas noches, para evitar así, decía padre, que la bestia pudiese encontrarme si venía a la aldea.

    A la mañana siguiente madre bajó a buscarme al amanecer, tenía los ojos enrojecidos, me tomó en silencio de la mano y me llevó hasta la puerta de casa, donde los mismos hombres cabizbajos del día anterior permanecían en silencio junto a un carro en el que, cubierto por su viejo capote, yacía el cuerpo de padre con el pecho ensangrentado.

    Todo lo demás es un recuero borroso; mis lágrimas, las de madre, las duras palabras del alguacil, mis amigos mirando con miedo, desde lejos. . .

    El dictamen fue el que sigue: La bestia, sintiéndose descubierta, y obligada a colaborar en su propia captura, bajo su forma aún humana, sin duda para no levantar sospechas, había arremetido contra el cazador, quien le había dado muerte, para mayor justicia y tranquilidad del reino.

    A madre se le perdonó la vida por intersección del cura, y yo, yo era apenas un niño, ¿qué podía saber de los tratos de padre con satanás?. Aun así debimos abandonar la aldea, perdiendo lo poco que teníamos. Madre encontró un antiguo chozo de pastores abandonado, y allí nos instalamos, malviviendo, hasta que unas fiebre se la llevaron, dos inviernos después.

    Fue entonces cuando mi mente comenzó a asimilar la verdad. Una vez que madre no estuvo, para protegerme con sus emplastos de hierbas y sus oraciones. Una vez que no hubo nadie que velase, para que la bestia no diese conmigo. Entonces comprendí; recordé los ojos del cazador, clavados en mí, como cuchillos, mientras el alguacil contaba a madre lo ocurrido. Recordé la angustia de madre, al tener que convencerme, ella sóla, de que la bestia aun podía encontrarme tras la muerte de padre, de que debía esconderme cada noche en el refugio que esta vez yo mismo le ayudé a construir. Recordé las palabras febriles de madre en su mísero lecho de muerte: «No es culpa tuya, no es culpa tuya». Entendí por fin el sacrificio de padre, y las enigmáticas palabras que me dirigió el cazador mientras abandonaba la aldea: «Ya nos veremos, zagal». 

    Yo era un niño entonces, apenas sabía nada de la vida. Ahora soy un hombre, y aunque hay cosas que aún no logro entender, he tenido tiempo de aprender otras. He tenido mucho tiempo para aprender cosas de la bestia, y también de los hombres y su justicia. Hay varios cadáveres que pueden atestiguarlo. 

    Las nubes se separan un instante para descubrir una cabaña en el claro. De la chimenea brota humo, y a través de la ventana puedo ver a un hombre que fuma una pipa junto al fuego. Hay canas en su barba, y nuevas pieles de lobo adornan  la vieja capa que  reposa sobre una silla, mientras su dueño afila concienzudamente un machete que brilla a la luz de la hoguera como si fuese de plata pura. Se levanta y mira el paisaje nevado, por la misma ventana por la que yo le observo a él; calcula la hora por la posición del sol, ya falta poco para el anochecer, para el plenilunio. Aunque sé que no puede verme dese esa distancia, sospecho que sabe que estoy aquí. Yo, sin embargo, le veo, le huelo, y hasta casi puedo escuchar el tranquilo latir de su corazón. 

    Ya falta poco para el anochecer, para la hora del reencuentro. Aún no sé si será el hombre o la bestia, pero desde luego no será el zagal quien llame a su puerta. 

    Ronda, 14 de marzo de 2017

    Antonio Moreno Torrres. 

    TIC, TAC. . .

    – ¡¿Quien coño eres tú?!, ¿como has entrado?- Silencio. La figura femenina le observa completamente inmóvil desde las sombras, junto a la puerta de la habitación.
    Quiere encender la luz, pero no lo hace. – ¡Damián!, ¡Damián!- Los gritos deberían haber bastado para despertar al todo el servicio, pero ese estúpido guardaespaldas no parece haberlas oído.
    -¿Que buscas?, ¿te conozco?- ahora el tono de voz es más calmado; recupera las riendas de la situación, la entretiene mientras llega el inútil de Damían.
    La mujer levanta una mano pálida y señala con el índice extendido a su pecho, mientras da un paso adelante, saliendo de las sombras. Él se lleva instintivamente la mano a la cicatriz vertical de su pecho, y un escalofrío le recorre de arriba a abajo. – No, ¡no!, es mío.- Vaya si lo es. Un viaje al extranjero, una cantidad indecente de dinero, y adiós listas de espera.
    La mujer niega despacio con la cabeza, los labios apretados, los ojos sin vida…
    -¿Tú?- Acierta a balbucir, mientras entrecierra los ojos. -No puede ser, tú estás muerta, y ahora este corazón es mío, lo compré. ¡Damián!.
    La mujer no se altera lo más mínimo, mientras dirige su atención hacia la gran cama con dosel. Tumbado entre sábanas de raso, con la mano derecha aferrando el brazo izquierdo, y una mueca de dolor, él descubre con angustia su propio cadaver.
    – ¡¡Damián!!- grita horrorizado. Pero Damián no puede escuchar su voz; nadie más que un muerto puede escuchar a otro muerto.
    La mujer le toma la mano entre las suyas heladas, y tira suavemente de él hacia la puerta.
    – No, no. ¿A donde me llevas?.- Se resiste sin demasiada convicción, mirando con aprensión su propio cuerpo inerte, Ella se vuelve a mirarlo, y por primera vez en mucho, mucho tiempo, se dibuja en su rostro una franca sonrisa.

    Ronda, 19 de septiembre de 2016

    Antonio Moreno Torres

    Te solté la rienda

    «Se me acabó la fuerza de mi mano izquierda». Se lamenta Vicente Fernández, como sólo un charro sabe hacerlo. El trago de tequila raja la garganta al bajar, y el golpe seco del vaso vacío sobre el viejo mostrador atrae fugazmente la atención del camarero, quien, acostumbrado a tales arranques, vuelve enseguida su atención a la pantalla del televisor, en la que dos fornidos encapuchados representan una poco creíble coreografía de lucha.

    -Pinche vida – Susurra entre dientes el tipo de su derecha, los codos apoyados en el mismo mostrador, ante otro vaso vacío, y una botella mediada de Herradura reposado. Se fija en él por primera vez, el sombrero calado sobre la frente, los vaqueros ajustados, el cinto con hebilla de plata  y las botas de piel de serpiente.  Menea la cabeza con los dientes apretados, mientras desde la máquina de discos, Vicente Fernández continúa con su lamento: «. . . Vas a extrañar mis besos, en los propios brazos del que esté contigo. . . «

    Es curioso, se plantea, que un pueblo tan orgulloso, que alardea «de puro macho», sea capaz de llorar de esa manera y sin ningún complejo. Su vista se posa ahora en el televisor, donde continúa el combate  (si es que en realidad se le puede llamar así) , y un relámpago de lucidez se abre paso por su cabeza.

    Se levanta despacio, se acerca al tipo de su derecha, y le posa una mano en el hombro.  -Compadre – el otro se vuelve despacio, y le devuelve la mirada, torva, amenazadora; interrumpido en su dolor, se diría capaz de matar por menos.  -Tú no le has soltado la rienda. – Le espeta al fin. -Tú nunca tuviste la rienda; al menos no la suya. -El otro se queda mudo, con la boca a medio abrir, y él aprovecha la sorpresa para continuar con su discurso.  -Si de verdad la quieres la mitad de lo que dices, y eres tan hombre como pretendes demostrar  con tus botas y tu cinto, no se te ocurra empañar su recuerdo con tu llanto.  No pienses ni por un instante que tú eres la víctima, y ella el verdugo.

    Compadre, sólo ella sabe lo que le ha costado tomar una decisión que a ti te ha vendido muy bien, por cierto, para poder sentarte aquí a lamentarte de tu suerte.

    Coje las riendas, las tuyas, bendice el tiempo que habéis compartido, el amor que te ha tenido, que quizá aún te tiene, y no culpes a nadie más de las consecuencias de tus decisiones. Acéptala como es; y lo más importante: acéptate a ti mismo.

    El tipo del sombrero intenta de nuevo hablar. Se pone de pie, con los puños apretados y la cabeza alta; pero él le interrumpe de nuevo: -Créeme, compadre, sé de lo que hablo. . .

    Vuelve a su taburete, sintiendo clavada en la nuca la mirada del otro, y se encuentra con la del camarero, burlona, con aire divertido, que le llenaba el vaso vacío. -La del estribo, Míster, corre de mi cuenta.

    Vacía de un trago el vaso, y lo deposita, suavemente ahora, sobre el mostrador. Hace una leve inclinación de cabeza, correspondida por una sonrisa del camarero, y se encamina a la puerta; mirando de soslayo al tipo del sombrero, inmóvil aún, y con la vista fija en el combate de la tele, puro teatro, que diría La Lupe. Tal vez, se dice, capte también la analogía.

    Echa un último vistazo al local, oscuro, pequeño, sucio. . .  Y sale a la calle, a la luz, con los últimos acordes. «Se me acabó la fuerza. . . y te solté la rienda».

    Ronda, 25 de julio de 2016

    Antonio Moreno Torrres.

    BENDITA INCONSCIENCIA

    Seguramente habréis escuchado, o utilizado alguna vez frases como esta: «Está borracho, no sabe lo que hace.», «Es una bellísima persona, pero cuando bebe…». Pues dejadme que os de mi opinión al respecto: UNA MIERDA COMO EL SOMBRERO DE UN PICADOR.

    La experiencia, propia y ajena, me ha enseñado que el único efecto que causa el alcohol sobre el comportamiento es desinhibirlo. El que es una bellísima persona no dejará de serlo. Puede ponerse pesado, cariñoso hasta la nausea, melancólico… El problema viene cuando llevas dentro una mala bestia; bestia que sólo eres capaz de mantener a raya estando en pleno uso de tu fuerza de voluntad. Es entonces, escondido tras el alcohol, cuando te permites dar rienda suelta, y hacer todo aquello que el miedo a las consecuencia (morales, legales, etc.) no te permiten hacer estando sobrio.

    Todos los hemos experimentado alguna vez. La diferencia es que una persona, digamos normal, se atreve a bailar en público, bañarse vestido en una fuente, entrarle a esa persona que te gusta; pequeñas transgresiones en definitiva, que nos liberan de los, a veces, estrechos límites del comportamiento socialmente aceptado. Incluso nuestro Código Penal reconoce el estado de embriaguez, como circunstancia atenuante de la responsabilidad penal. Atenuante que, como no podría ser de otra manera, acepto, pero no comparto. Pero si te amparas en la embriaguez para, junto a tus amigotes, violar a una chica en una fiesta popular, como por ejemplo los sanfermines, permíteme (o no me lo permitas, me la suda) que te diga que, aparte de un grandísimo hijo de puta, eres un cobarde.

    No soy amigo de linchamientos populares, prefiero no comentar determinadas noticias hasta tener toda la información posible, y si hay sentencia mejor. Pero que se intente justificar con la embriaguez un acto tan vil como arrebatar a alguien el control de sus propias decisiones, de su cuerpo, de su dignidad, me revuelve las entrañas.

    Déjame que te diga algo, pequeño bastardo: No, significa no. Por mucho tonteo que haya habido, por mucha insinuación que hayas podido percibir, por muy borrachos que estuvieseis todos, incluida ella. Porque créeme, cuando la empujasteis dentro del portal tú y tus compinches, estoy seguro de que a ella se le pasó de golpe la borrachera, si es que estaba borracha; y vosotros fuisteis plenamente conscientes de lo que hacíais, de su miedo, de su desesperación, de su llanto, de su dolor…

    Así que, si esa va a ser la linea de tu defensa: «No sabía lo que hacía, Señoría, estaba borracho.», me das pena y asco.

    Ronda, 20 de julio de 2016

    Antonio Moreno Torres.

    LA MANO IZQUIERDA DE DIOS

    ¡Dong!. La última campanada quedó flotando en el aire. Las 7. Si todo marchaba como debía disponía de unos 40 minutos, una vez acabadas las confesiones, y antes de que el cura se preparase para misa de 8. 40 minutos, más que suficientes.

    Por fin la anciana que estaba arrodillada en el confesionario se levantó despacio y recorrió el largo pasillo con la cabeza baja y las manos entrelazadas, hasta sentarse en uno de los últimos bancos de la iglesia. Él observaba la escena de pie, desde un rincón en penumbra desde el que controlaba la puerta de la calle y la de la sacristía. Aparte de la anciana había un caballero de mediana edad y aire respetable que en esos momentos se santiguaba tras levantarse con cierto esfuerzo. Se abrochó los botones de la americana y se encaminó a la puerta dirigiendo una rápida y discreta mirada al rincón en el que él parecía ensimismado admirando el orgullo de la parroquia: una reproducción bastante burda de la Piedad de Miguel Ángel, atribuida a un artista local del S XIX. Él había visto la auténtica cientos de veces. La auténtica, no la expuesta para las fotos de los turistas en los Museos Vaticanos, ni siquiera la pretendidamente auténtica, protegida tras un cristal en la Basílica de San Pedro. La auténtica, la que se guarda en los sótanos, esos sótanos en los que tan pocos mortales entraban, y de los que aun menos salían.

    Observando la imagen de esa virgen doliente, sosteniendo en los brazos el cuerpo inerte de su hijo, se preguntó como sería haber sentido alguna vez los brazos de una madre, ¿alguien le lloraría a él cuando le llegase la hora?. El sonido de la puerta al cerrarse tras el caballero de mediana edad le devolvió a la realidad, al presente, a la misión…

    Tomó asiento en el último banco y aguardó a que la anciana terminase con su penitencia. Había algo en esa parroquia tan sencilla que le resultaba reconfortante, quizá el olor de la madera vieja, de los tapices cubiertos de polvo. El cura no iba a ir a ninguna parte, aun no, así que se permitió cerrar los ojos y transportarse a una iglesia parecida, a miles de kilómetros y de años de allí.

    Él tenía 8 años, y el resto de los chicos del orfanato le temían y reverenciaban a partes iguales desde aquella noche en la que dejó magullados a dos de los mayores que se colaron en el dormitorio de los pequeños, con intenciones “pecaminosas”. La gota que colmó el vaso la vertió el Padre Estaban, el profesor de Matemáticas, quien cometió el error de golpearle con la regla de madera. Tuvieron que quitárselo de encima, no sin que antes le hubiese roto la nariz de un puñetazo. Al día siguiente, sentado en el despacho del Director, con una bolsa conteniendo sus escasas pertenencias, un hombre con el pelo a cepillo y aspecto de luchador le estudiaba atentamente mientras preguntaba al Padre Damián: -¿Es este el muchacho?.- El Padre Damián asintió despacio con la cabeza y el otro le cogió con mano de hierro de la mandíbula y le estudió detenidamente, después le levantó el puño con los nudillos magullados e hizo una mueca de indiferencia. – Ya veremos…-

    – Te vas a ir con este Señor,- Le dijo entonces el Padre Damián. – Vas a una escuela diferente, Dios tiene para ti una misión especial.- Dicho esto le revolvió el pelo y esbozó una sonrisa que a él le pareció triste. Fue la ultima vez que lo vio, a él, al resto de los curas del orfanato, y a sus compañeros. Aquel día comenzó un duro entrenamiento que 15 años y algunos huesos rotos después le convirtió en lo que ahora era: La mano izquierda de Dios, como Monseñor Spínola solía llamarle.

    La anciana se levantó por fin y salió también, sin aparentemente reparar en su presencia. Él se dirigió también a la puerta y la aseguró con un calzo, para evitar que pudiese abrirse desde fuera. El cura seguía aun en el confesionario, consultó su reloj de pulsera: las 7 y 12. Fijó la vista en la puerta de la sacristía, que se encontraba entreabierta y sopesó las posibilidades. Finalmente decidió que era mejor hacerlo en el confesionario, así que palpó el bolsillo de la cazadora, para asegurarse de que llevaba lo necesario y se aproximó hasta arrodillarse finalmente tras la celosía, a través de la cual pudo contemplar la silueta de un hombre joven de pelo negro, algo rizado que apoyaba la barbilla sobre las manos entrelazadas. Definitivamente era el mismo hombre cuya fotografía le había mostrado Monseñor Spínola. – Ese hombre es una clara amenaza para la Iglesia. Es un asunto urgente, que requiere de la máxima diligencia y discreción.- Le había dicho, justo antes de ofrecerle el anillo para que lo besara, en un claro gesto de que daba por terminada la reunión.

    No es que tuviese escrúpulos, ese nunca había sido su problema, había hecho trabajos parecidos cientos de veces, siempre en nombre de Dios, de la justicia divina, y nunca había titubeado. Había escuchado súplicas, había abortado intentos de fuga, había dado al desgraciado de turno tiempo prudencial para ponerse en paz, pero el resultado había sido siempre el mismo. Sin embargo esta vez era distinto, esta vez sentía una lucha interna olvidada hacía mucho tiempo. Esta vez se preguntaba si lo que estaba a punto de hacer realmente servía a un propósito superior.

    El cura alzó un poco la cabeza al advertir su presencia al otro lado de la celosía. – Ave María purísima…

    EPÍLOGO

    Sentado en la terraza de una cafetería junto a la Estación de autobuses volvió a leer el titular del diario local:

    DESARTICULADA RED DE PEDERASTIA”. En portada, y junto a la fotografía de un cura joven, de pelo negro algo rizado, se explicaba como informaciones recibidas de manera anónima por el padre Carretero, párroco de Nta. Sra. de la Piedad, había conducido a la detención de 6 sacerdotes de la diócesis, que, presuntamente, abusaban de menores durante las clases de catequesis, haciendo además fotografías que posteriormente eran distribuidas entre un número de personas aun sin determinar. Así mismo no se descartaban nuevas detenciones, a medida que la información aportada por el padre Carretero en un pen drive, fuese analizada más detalladamente.

    El Padre Carretero -añadía el diario- saltó a los medios hace dos semanas, tras ser amonestado por el obispado, al hacer insinuaciones sobre una supuesta red de pederastia, de la que sin embargo no tenía pruebas. Sin embargo, y siempre según fuentes de la investigación, ficheros con contenido pornográfico, encontrados en el pen drive aportado por el citado párroco, así como un completo listado de altos miembros del clero que tendrían acceso a dichos archivos, podrían avalar las acusaciones.”

    Apuró el café de un sorbo y sonrió al recordar la cara de susto del cura, cuando le dijo quien era, y para qué le habían enviado. Pensó también en la que pondría Monseñor Spínola y el resto de los implicados, cuando recibiesen la noticia, o la visita de la policía. Sabía que el resto de su vida sería una permanente huida, que mandarían a alguien como él a buscarle, que tendría que dormir siempre con un ojo abierto. Pero por una maldita vez estaba completamente seguro de haber sido realmente la mano izquierda de Dios.

    Ronda, 25 de febrero de 2016

    Antonio Moreno Torres.

    La marca del valor

       El dolor se hacía más agudo por momentos. Tumbado sobre la rudimentaria mesa de operaciones de la enfermería de Fort Bowie, el segundo teniente James Kelly, de la 1ª compañía del 5º de Caballería de los Estados Unidos sudaba abundantemente.

         Intentó separarse del dolor fijando la vista en las hojas de roble que lucía en las hombreras de su Bata el Dr.Shepard. Tal vez algún día él también podría lucir en su uniforme las hojas de roble de comandante, si es que su corta carrera militar no terminaba allí, en un polvoriento puesto avanzado del territorio de Arizona, con una flecha Chiricahua clavada en el hombro.

         Doc Shepard era un buen hombre (para ser presbiteriano), los chicos le tenían respeto y cariño, y no era la primera vez que arrebataba  a alguno de las garras de la muerte. Ahora hurgaba con el bisturí en su clavícula, la frente arrugada, los labios apretados, enmarcados por la barba entrecana, totalmente concentrado. -Parece que no hay infección- Dijo Doc -Pero esta condenada se ha clavado bien. Esto te va a doler, hijo.

         Kelly asintió cerrando los ojos, preparándose para soportarlo de la mejor manera posible, mientras Doc seleccionaba unas tenazas de entre el instrumental que tenía dispuesto junto a la mesa de operaciones.

         Todo acudió de nuevo a su mente con una claridad espantosa: McKenna subido al poste, intentando reparar los cables del telégrafo. El grito de alarma del sargento Brown, cortado en seco por una flecha en el cuello. Y por fin los aullidos de los apaches. Polvo, confusión, disparos, más aullidos, dolor…

      Su cuerpo se tensó y arqueó al sentir las tenazas de Doc tirando desesperadamente. -¡Por Dios bendito!, no te muevas muchacho.-

         De nuevo volvió a la llanura, a la encarnizada lucha con aquellos indios renegados, escapados de la reserva de san Carlos. De nuevo sintió el dolor, que hizo caer el revolver de su mano. Ahora sostenía el sable con la izquierda, dando cuchilladas a diestro y siniestro. Recordaba las expresiones de furia en aquellos salvajes, los ojos, negros como carbones, la sangre empapando su guerrera, el sargento Brown, tumbado boca arriba con los ojos muy abiertos, ahogándose en su propia sangre. Recordaba a McKenna, tendiéndole el brazo para subirle a la grupa de su caballo, mientras gritaba algo incomprensible.

         McKenna… miró alrededor y se encontró con la mirada de Mckenna.  -¿Bronw?- acertó a susurrar. McKenna le sostuvo la mirada y negó despacio con la cabeza. En ese instante otra oleada de dolor le sacudió el cuerpo. -¡Hijos de Satanás!- Doc sostenía ante su cara las tenazas, que ahora aferraban una punta de flecha. La miró un instante más y luego volvió los ojos, sonriendo, hacia Kelly. -Se ha resistido, pero creo que saldrás de esta.

         McKenna le ayudó a incorporarse, una vez que Doc hubo terminado de vendar la herida, y juntos salieron de la enfermería, seguidos por Doc, que aún sostenía las tenazas con la punta de flecha.

         Fuera, la madre del segundo teniente James Kelly, de la 1ª Compañía del 5º de Caballería de los Estados Unidos, destinado en Fort Bowie, territorio de Arizona, aguardaba impaciente.- Tenía una raíz muy profunda, pero se ha portado como un valiente.- Le dijo Doc, mostrando la muela picada y ensangrentada que sostenía en las tenazas, mientras con la otra mano alborotaba el pelo de Kelly, quien con un algodón en el hueco que había dejado la muela en sus encías, mostraba una media sonrisa de orgullo. -Que no mastique por ese lado, y si se inflama dele este antibiótico.-   Tendió una receta manuscrita a la madre de Kelly y luego se volvió hacia él.- ¿Quieres llevártela de recuerdo?.

         Kelly sonrió aun más, todo lo que le permitía la sensación acolchada que le producía la anestesia, y asintió efusivamente. Doc envolvió la muela en un pañuelo de papel y se la tendió. Kelly se la guardó en el bolsillo de los pantalones grises de su uniforme escolar, y salió de la consulta de la mano de su madre.

         – ¿Quieres un helado?- Le preguntó esta, una vez se encontraron en la calle, rodeados por el tráfico y las luces navideñas, que ya estaban encendidas a finales de noviembre.

         El segundo teniente James Kelly, de la 1ª Compañía del 5º de Caballería de los Estados Unidos, negó enérgicamente con la cabeza, mientras saboreaba la sangre que empapaba el algodón alojado en su encía y Palpaba el bulto de la muela en su bolsillo. No necesitaba ninguna recompensa, porque al día siguiente, en la hora del recreo, mostraría orgulloso su cicatriz, su marca del valor. Y aunque el efecto de la anestesia comenzaba a remitir, a sus 8 años se sentía el mismísimo John Wayne.

    LOBISOME

    Nieva sin parar desde hace tres días, ha llegado otro invierno, el cuarto desde que vine a parar aquí. El ganado está encerrado, la cosecha recogida y hay suficiente gasóleo en los depósitos para alimentar los modernos generadores que alimentan este lugar y lo mantienen razonablemente caliente. Una de las pocas cosas que me recuerdan que estamos en el S. XXI.

    No hay nada que hacer hasta la primavera, así que el el hermano Nicolau se presentó esta mañana temprano en mi celda con una libreta y un par de lápices: – ¿Seguro que quieres hacerlo? – me preguntó con su extraño acento mientras los dejaba sobre la sencilla mesa de madera que, junto a una silla, un camastro y una palangana con su correspondiente jofaina, componen todo el ajuar de mi modesto habitáculo. Yo asentí con la cabeza. El me sostuvo la mirada unos instantes y después suspiró. – Hay una ventana en la biblioteca que necesita que le eches un… un vistazo- concluyó tras buscar la palabra adecuada. – No tardaré, hermano. – contesté – No me llevará mucho tiempo.- El hermano Nicolau movió afirmativamente la cabeza y salió de la celda cerrando la puerta tras de sí.

    ¿Por donde empezar?. Lo primero que deberíais saber es que el hermano Nicolau no se llama realmente Nicolau. Su nombre, al igual que el de este lugar, y el de las montañas que lo cobijan es algo que prefiero no revelar. Mi sola presencia aquí, entre estos monjes, ya es suficientemente peligrosa para ellos, y creo que, al menos, les debo la protección del anonimato. Si estas lineas cayeran en manos inadecuadas podrían causarles muchos problemas.

    Pero volvamos a mi historia, ¿Como llegué hasta aquí?. Echando mano del tópico: Todo empezó con un viaje, un viaje iniciático. Corría el mes de noviembre. Por aquel entonces yo vivía en una ciudad del sur de España, permitidme que omita el nombre, y sabed que en adelante, los que leáis serán ficticios. Pero sigamos: Por fin había llegado el momento, acababan de empezar mis vacaciones y me encontraba viajando en tren hacia el norte, con mi mochila, mi bastón de peregrino y quince días por delante para hacer el Camino de Santiago. Iba sólo, todo el mundo dice que es la mejor forma de hacerlo.

    Mi plan era comenzarlo en el Bierzo. Escogí la época en la que el camino es menos transitado, tenía planeadas las etapas, los albergues en los que dormir, tiempo de sobra para imprevistos, … casi todo planeado.

    Llevaba cinco días de marcha, me encontraba en tierra de meigas, había visto paisajes increiblemente bellos, había conocido gente variopinta, había compartido comida y conversaciones con hombres y mujeres de los lugares más distantes. Pero seguía sin encontrarme a mi mismo. Así que una mañana, después de recalcular la distancia que me separaba de Santiago y el tiempo del que disponía antes de que se agotasen mis vacaciones, decidí apartarme del camino, viajar un par de días hacia el sur y retomar después la peregrinación.

    Lo cierto es que me moría de ganas de ver lobos en libertad, y en aquella región, en la que hombre y lobo habían sido enemigos durante siglos, el lobo gozaba ahora de protección, algo que no gustaba demasiado a los lugareños, que torcían el gesto cuando preguntaba por ellos, alguno incluso escupía al suelo mientras me miraba con cara de pocos amigos y me daban la espalda. -No los culpe usted- me dijo un chico joven que atendía la panadería del pueblo. Un mocetón de mejillas sonrojadas y sonrisa amable. – Cuando el lobo mata una res, la Xunta paga, pero tarde y mal, y conseguir una licencia para cazar al lobo es muy complicado. En los bosque haylos, pero verlos… vale a ser difícil.

    Así que con poca esperanza y siguiendo las indicaciones del joven panadero me interné en un bosque de hayas y robles centenarios. El suelo estaba alfombrado de hojas secas y salpicado de helechos, y los rayos del sol de otoño se filtraban entre las ramas, formando haces en la bruma que se levantaba de un pequeño arroyo, cuyo curso seguí en dirección sur.

    Los días de otoño son cortos, y pronto la luz del crepúsculo fue bañando de rojo la atmósfera del bosque. Decidí vivaquear junto al arroyo. Llevaba mapa, brújula, GPS…, pero aun así pensé que sería mejor no perder de vista el único punto de referencia que tenía para volver a la civilización. Así que extendí la colchoneta en un lugar llano y me fabriqué un improvisado refugio con el poncho de lluvia, aunque el cielo estaba completamente despejado, y una increíblemente grande luna llena se empezaba a alzar sobre las copas de las hayas.

    Acababa de dar cuenta de un bocadillo y una taza de te que había calentado con el infiernillo, la luna se encontraba ya en todo lo alto y fumaba un cigarro recostado sobre la esterilla, sin pensar en nada, al arrullo de la corriente, cuando escuché el primer aullido. No era como lo había imaginado, era mucho más impactante: Un lamento espectral sostenido en el aire frío de la noche. Los vellos de la nuca y los brazos se me erizaron de inmediato. Sonaba lejano, hacia el este, y poco a poco se le fueron uniendo otras voces en los cuatro puntos cardinales. Me quedé extasiado escuchando aquel coro, y me vino a la memoria un pasaje de la novela de Stocker: “Escúchelos, los hijos de la noche. ¡Que música tan maravillosa!. Y realmente lo era: maravillosa y hechizante.

    No sé cuanto tiempo estuve así, tumbado, con los ojos cerrados y sintiendo latir con fuerza el corazón. Hasta que un ruido, el chasquido de una rama al romperse bajo el peso de algo me sacó de mi ensimismamiento. Abrí los ojos y me topé de bruces con unos de color ámbar que me observaban fijamente. La sangre se me heló en las venas. Aquellos ojos pertenecían a un enorme lobo que me observaba desde la otra orilla del arroyo. Tenía el lomo erizado, mantenía la cabeza algo gacha y sus belfos retraídos dejaban al descubierto unos dientes blancos y enormes. Miré mi bastón de peregrino, que reposaba a menos de medio metro, y aquella bestia pareció adivinar mis intenciones, porque sus belfos se retrajeron aun más y un gruñido sordo brotó de sus fauces apretadas, mientras la lengua asomaba entre los colmillos.

    ¿Cuanto duró aquel momento?.No lo sabría decir, el tiempo parecía haberse detenido, y ni siquiera escuchaba ya el sonido del agua correr. Advertí por el rabillo del ojo una sombra que se deslizaba silenciosamente junto a mi. No quería hacer el menor movimiento, pero me pareció adivinar la silueta de un segundo lobo que agarraba con la boca mi bastón y se retiraba de nuevo hacia la espesura. Entonces noté como se me mojaban los pantalones. No me avergüenza reconocerlo, me meé encima.

    Ya había dos, no, tres, cuatro lobos. Me rodeaban, jadeaban y olfateaban mis cosas mientras el que parecía ser el macho Alpha me seguía vigilando desde la otra orilla del arroyo. Entonces ocurrió algo que me hubiese echo orinarme por segunda vez, si me hubiese quedado algo de líquido en la vejiga: el gran macho saltó ágilmente el arroyo y se colocó frente a mí. Yo aun permanecía sentado, así que sus ojos ámbar quedaron clavados en los míos, a menos de medio metro. Ahora tenía las fauces cerradas y ladeaba ligeramente la cabeza, con las orejas muy plantadas. Me observó un instante más, olfateó el sudor que empapaba toda mi ropa, a pesar del frío, y después se retiró despacio, sin perder el contacto visual. Un segundo después estaba sólo, miré a mi alrededor y no vi ni rastro de los lobos. Entonces me pareció que la luz de la luna se desvanecía, el arroyo volvió a enmudecer y todo se volvió negro.

    Cuando volví a abrir los ojos estaba en una cama. Un joven con pijama verde me examinaba los ojos con una pequeña linterna. -Bien, parece que no hay daños graves- Sonrió ligeramente y salió de la habitación tras apoyarme una mano en el hombro.

    Poco a poco fui recobrando el contacto con la realidad. Me encontraba en un hospital en Lugo. Al parecer me habían encontrado unos buscadores de setas, vagando por el bosque, completamente desnudo, lleno de arañazos, tiritando de frío e incapaz de decir nada coherente. Encontraron mis cosas en el lugar donde acampé: la ropa destrozada, algunas manchas de sangre, mi mochila… no faltaba nada, así que descartaron la posibilidad de que hubiese sido asaltado por ladrones. Me dieron el alta en un par de semanas, después de hacerme todo tipo de pruebas. Descartaron la epilepsia y otros trastornos neurológicos que podrían haber explicado mi comportamiento, así que me despacharon, con la recomendación de que consultase con un psiquiatra a mi vuelta a casa.

    Y lo hice, acudí al Dr. Bermudez, una eminencia. Le conté lo ocurrido, y añadí las pesadillas que desde entonces y noche tras noche me despertaban empapado en sudor. Pesadillas en las que corría desnudo por un bosque, olfateando el aire, acechando venados a los que acababa dando caza. Otras veces era yo la presa: escuchaba los ladridos de una jauría de sabuesos que se acercaba cada vez más, sonaban disparos y voces a mi espalda y de repente el suelo se abría bajo mis pies y caía en un foso erizados de estacas afiladas como colmillos.

    El Dr. Bermudez escuchaba atentamente, subiéndose de vez en cuando la montura de las gafas, tomaba notas y asentía sin mirarme a la cara. Las pesadilla eran cada vez peores; en ocasiones hasta me despertaba con el sabor metálico de la sangre en la boca. Así que un buen día, el buen doctor me preguntó directamente si sabía lo que era la “licantropía”. En su opinión, la experiencia de haber visto tan de cerca a los lobos, o cree haberlos visto, podía haber desencadenado una fantasía en la que yo mismo me creía un lobo. -Vamos a hacer una cosa- se quitó las gafas y se echó hacia delante en su sillón.- Esta noche hay luna llena, vuelva sobre las 7, pasaremos la noche aquí, en mi consulta. Yo estaré a su lado en todo momento, y cuando amanezca se convencerá de que todo está en su mente. Entonces buscaremos la manera de sacar a la luz las causas de esa fantasía- Se recostó de nuevo y esbozó una sonrisa condescendiente.

    Al día siguiente volví a notar el sabor metálico de la sangre en mi boca, pero esta vez estaba despierto… despierto, desnudo y bañado en sangre de pies a cabeza. Tardé un poco en ubicarme: La lámina de los girasoles de Van Gogh, la alfombra que alguna vez había sido color crema, el diván tapizado en cuero marrón…el Dr. Bermúdez, o más bien, parte del Dr. Bermúdez.

    No quiero entrar en detalles morbosos. Tan sólo os diré que me sentía aturdido, aturdido y con el estómago lleno. Cogí el abrigo del pobre doctor y me marché, después de limpiarme un poco en el aseo de la consulta, y dejando mis huellas dactilares impresas en sangre por toda la habitación. Vagué por la ciudad que se desperezada, descalzo y cubierto sólo por un abrigo de lana gris que me quedaba ridículamente pequeño. Temiendo llamar la atención corrí a mi casa, cogí lo imprescindible y eche a correr.

    Corrí y corrí, siempre hacia el este, siempre ocultándome. Aveces comía restos que encontraba en la basura, otras noches… En una ocasión, vi mi propia foto en la portada de un periódico, junto a grandes titulares. “CONTINUA LA DEL MONSTRUO DE…”, ya sabéis: nada de nombres… Me achacaban 7 asesinatos brutales, algunos en lugares que no recordaba haber pisado jamás.

    Como os decía corrí durante meses, atravesando fronteras al amparo de las sombras (Dios bendiga el espacio común europeo). Hasta que una mañana el hermano Nicolau me encontró cuando volvía al monasterio.

    Había bajado al pueblo, como cada semana, a vender el queso de oveja que elaboraban los monjes. Según me contó, estaba en un barranco junto a la carretera; inconsciente, herido y desnudo otra vez. Junto a mi vio los cadáveres de dos enormes mastines que tenían la garganta abierta. No me hubiese visto de no ser porque le llamaron la atención los cuervos que se arremolinaban sobre los mastines. Así que tras comprobar que vivía me cubrió con una manta y me depositó en la caja del viejo camión de fabricación soviética que utilizaban para sus desplazamientos.

    Mi llegada al monasterio fue una auténtica conmoción: Hombres mayores y jóvenes que lucían largas barbas y vestían sencillos hábitos de lana de color pardo discutían y se santiguaban. Un monje anciano, que debía ser lo más parecido a un médico que había en el monasterio me examinó y cruzó unas palabras en voz baja con el hermano Nicolau, el anciano parecía contrariado, pero la firme y serena actitud del hermano Nicolau pareció zanjar el asunto. Después me enteré de que se trataba del hermano Alexandru, quien tardó casi un año en aceptarme, y que pasado ese año me colgó personalmente del cuello su sencilla cruz de madera.

    Poco a poco me integré en la vida del monasterio. Era obvio que no podía trabajar con los animales, pero echaba una mano en el huerto y hacía pequeñas chapuzas. Me asignaron una celda, con una pequeña ventana enrejada y una sólida puerta de madera, que el hermano Nicolau se encargaba de cerrar desde fuera cada noche.

    Al principio la comunicación era muy difícil, algo de ingles y muchas señas, pero acabé aprendiendo su lengua, y ellos la mía. Jamás me preguntaron mi nombre, ni quien era en realidad, ni como había llegado hasta allí. Obviamente, los desgarradores alaridos que salían varias noches al mes de mi celda cerrada provocaban al principio cierto desasosiego entre mi nueva familia, pero aquellos hombres sencillos parecía aceptar con naturalidad lo que cualquier hombre de ciencia habría tomado por una locura imposible (pobre Dr. Bermudez).

    Las noches eran largas, sobre todo en invierno, y el hermano Nicolau me enseñó a jugar al ajedrez, única distracción del monasterio, aparte de la impresionante biblioteca, la cual contenía toda la sabiduría del mundo antiguo en viejos volúmenes, en los que busqué respuestas, pero sólo encontré folclore, leyendas, tradiciones, maldiciones…

    Manteníamos conversaciones sobre la naturaleza humana, sobre la dificultad de aceptación del hombre de los designios divinos, y de su propia naturaleza. Jamás me preguntó si era creyente, ni intentó evangelizarme.

    Una mañana, el hermano Catalin, un joven extremadamente delgado y algo impresionable, volvió del pueblo con un diario en las manos. Corría tanto, vociferando, que atrajo la atención de todos los monjes, que se arremolinaron a su alrededor haciendo comentarios. Yo lo vi desde el huerto y supe que el día que tanto temía había llegado. Así que fui en busca del hermano Nicolau y le expuse mi intención de abandonar el monasterio. – Hermano Nicolau, os pongo en peligro a todos si sigo escondiéndome aquí- le dije – Se que es mi fotografía la que tanto ha asustado ver en el diario al hermano Catalin, y no le falta razón.- El hermano Nicolau pareció meditar un instante y después se dirigió a mi. – Hermano Anton- Así me llamaron – Pasea conmigo, hace muy buen día.

    -Dios no hace nada sin un motivo.- Comenzó- Si él te trajo hasta aquí, sólo él conoce el porqué. Nosotros no somos quien para juzgar tu vida anterior. Se que tienes un terrible secreto que pesa sobre tu alma. Cuando estés prepa
    rado para liberarte tus hermanos te escucharán sin juicio.-
    -Me temo que he hecho cosas horribles, hermano.- Fue mi contestación.

    El hermano Nicolau suspiró y me miró intensamente a los ojos. Se remangó despacio la manga izquierda del sencillo habito de lana y me mostró su antebrazo; Un tatuaje descolorido por el paso del tiempo: Era una calavera envuelta en llamas. Llevaba una boina militar ligeramente ladeada y entre los dientes sostenía una bayoneta. Bajo la calavera había una frase escrita en alfabeto cirílico. El hermano Nicolau no me la tradujo, pero no me costó imaginar que sería alguna arenga relacionada con el honor, la muerte, la guerra… Entonces, sin apartar la mirada, susurró el nombre de una ciudad de los Balcanes. Se me erizaron los pelos de la nuca y vinieron a mi mente viejas imágenes de Telediarios de los 90: Cadáveres semienterrados bajo los escombros de casas quemadas, o alineados sobre la nieve, columnas de jóvenes sonrientes, vestidos con uniformes de camuflaje haciendo el símbolo de la victoria…

    -Eso se puede borrar con laser, lo sabes ¿no?- Le dije señalando el tatuaje. El movió lentamente la cabeza de izquierda a derecha. – Vine aquí huyendo de la justicia de los hombres, pero cuando tenga que comparecer ante Dios… – Se encogió de hombros y se volvió a bajar la manga del hábito. – Hoy se que todo lo que ocurrió me trajo hasta aquí, igual que a tí-

    -Hay lobos que no han nacido para vivir en manada, hermano- Fue lo primero que se me vino a la cabeza, y así se lo dije. El suspiró de nuevo y me cogió del brazo. Continuamos el paseo por los alrededores del monasterio, en silencio. El viento comenzó a soplar, trayendo el frío de las cumbres nevadas. – Va a ser un invierno duro.- Fue lo último que dijo. Después de eso continuamos en silencio hasta volver al monasterio.

    Después de aquel incidente la comunidad entera se mostraba más recelosa. No había día en que no sorprendiera a alguno de los hermanos mirándome con una mezcla de temor y curiosidad, sobre todo los más jóvenes. El hermano Alexandru se me acercó una fría mañana en el refectorio y me susurró algo al oído:- Si has decidido marcharte, que Dios nuestro Señor te acompañe. Pero no pienses ni por un momento que ninguno de tus hermanos haría algo para dañarte o entregarte.- Evidentemente las murmuraciones de los monjes y mi actitud cada vez más huraña no le habían pasado inadvertidas. Le ofrecí mi mano, y tras la sorpresa inicial en un ambiente donde el contacto físico es, digamos escaso, la apretó con fuerza y por un instante me pareció ver brillar sus ojos grises.

    Creo que ha llegado el momento, el momento de enfrentarme a mi naturaleza. Estoy seguro de que aquella lejana noche, en el bosque, los lobos no me mordieron. Sigo sin saber porqué entonces. Tal vez aquel encuentro provocó algo que latía en lo más profundo de mi, pero me temo que es una pregunta que quedará sin respuesta. Lo único que tengo claro es que no puedo seguir ocultándome.

    El hermano Nicolau lo supo cuando le pedí papel y lápiz. Igual que supo que no arreglaría la ventana de la biblioteca. -Lo que es bueno para un hombre puede no serlo para otro.- Me comentó en una ocasión. No vendrá a despedirme, se limitará a cerrar la puerta de su celda cuando anochezca, al igual que la de el resto de los hermanos, y por primera vez en cuatro años dejará abierta la mía.

    Ronda, 15 de abril de 2015
    Antonio Moreno Torres